En el fondo era una niña más, a los cinco o seis años, incluso después, disfrutaba de las barbies como casi todas las niñas de mi época, creando vidas, historias, era un juego artístico, podía ser madre, hija, hermana, tener un cuerpo envidiable y largo pelo rubio con reflejos rosados. Recuerdo una ocasión que a mi amiguita Diana se le perdió la muñeca que estaba usando y se pasó gritando por todo el cuarto desesperada, DONDE ESTOY? DONDE ESTOY? la verdad es que se trata siempre de eso después de todo...ahora lo entiendo.
Mi mamá siempre me dio gusto en casi todo lo que yo quería, quiero decir que tenía todo lo último que había en el mercado lúdico, patines, barbies, muñecas, incluso micromachines (aún los busco con vehemencia) pero algo que por alguna razón nunca aceptó fue comprarme artículos para las barbies, para su supervivencia quiero decir, por ejemplo: una bonita casa, un carro, un juego de comedor, cocina, muebles, una refrigeradora decente, la comida se podria en la porquería que tenía yo.
La casa de mis barbies la heredé de una prima que tiene 10 años más que yo, constaba de tres tablas (se supone que era un lujosísimo departamento de dos pisos con terraza) en las que ya se podía notar la presencia de polillas esquineras. Estas tablas eran sostenidas por unos palos plásticos naranjas y los pisos simulaban la presencia de una alfombras.
El mobiliario de la casa era atroz, unos muebles plásticos amarillos sin patas, y nisiquiera recuerdo que más porque procuré olvidarlo con fervor.
No pedía la mansión de la barbie, aunque era ese el sueño de toda niña, recuerdo una compañera, Manuela, que pasó a la historia por tener esa joya, que costaba un millón de sucres, pero con un modesto departamentito o una villita tipo duplex me hubiera conformado! pero no!!!!
Mi mamá se negó incluso a comprarle a mis pobres barbies vehículos, por lo que las condenadas tuvieron, por años, que utilizar mis zapatos como medio de movilización, incluso entre ciudades diferentes, lo que era un crímen, un día cuando tenía como 10 años les mejoró la situación y se pudieron comprar a cómodas cuotas un convertible celeste, YUPIIIII!
Ella daba diferentes razones por las cuales no me compraba barbies, decía que yo las destrozaba, lo que era completamente cierto, mis barbies perdían los zapatos (siempre me desesperó el hecho de que sus pies estén eternamente de puntillas) y por eso, supongo, les mordía las patas hasta que se salían lo que vendrían a ser cartílagos, me imagino...
Le sacaba la cabeza a mis barbies, luego de ese holocausto nunca eran las mismas, les metías la cabeza y se hacían cachetonas HORRIBLES, entonces pasaban de un modesto puesto de ama de casa, a servir la comida.
También me pasó que alguien por ahí me aseguró que si le cortaba el pelo a una barbie con el tiempo, les crecía, esas barbies, con el pelo mochado también terminaban en la cocina de casa. Sí, DE ESA CASA. También existía las famosas barbies que no eran de mattel, las runas, que también iban a parar a la servidumbre.
Mi mamá solía sacarme en cara el estado de las barbies de mi prima Vannia, cuyo juego era ORDENAR a las barbies en filas perfectas pararlas o sentarlas con zapatos y cintillos, PERFECTAS, ni las tocaba.
Yo fui una niña muy consentida, mimada, paradójicamente mis barbies eran de clase media tirando a subterránea, pero se las arreglaban para tener bastante servidumbre.
Una navidad cuando ya era muy tarde algún alma caritativa que no recuerdo, les regaló una moto vespa, una refrigeradora y una cocina, pero fue muy tarde, entonces ya me interesaban los niños. El Ken nunca me resultó muy agradable a decir verdad.