De nuestros encuentros, cada instante era fiesta
con el dios distante, solos en todo el mundo.
Eras más valiente y liviana que el ala de un ave.
Por la escalera, como un mareo acosarte corrías y me llevabas,
suave dentro de la húmeda lila a tus dominios insondables
por la otra parte del espejo.
Y al llegar la noche me fue regalada la piedad,
se abrió la puerta del altar y brilló en la oscuridad
la desnudez en su lento declinar.
Y al despertar: !Bendita seas! dije y supe que era audaz mi bendición,
dormías tu, y se extendía la lila para tocar tus párpados
con el azul del universo.
Y los párpados que el azul tocó quietos eran y la mano tibia,
y pulsaban los ríos en el cristal, humeaban los cerros, brillaba el mar
una esfera de cristal tenías en la mano, dormías en un trono elevado.
Y !Dios Sagrado! Mía eras, mía mi beldad.
Despertaste y transformaste el léxico de la humanidad,
y al habla de fuerza sonora colmaste y la palabra "tu"mostró
!Oh, arte! su nueva esencia y significó "zar"
Todo cambió en el mundo, hasta las cosas sencillas,
palangana, vocal, cuando detenida entre nosotros estaba
el agua dura y laminada.
Algo nos llevó al más allá, y, cual espejismo, se distanciaba,
construida por milagro, la ciudad...
A nuestros pies la menta se acostaba
y las aves seguían nuestra ruta larga
y los peces en contra iban de las aguas,
y se abrió el cielo ante nosotros,
cuando el destino nos siguió celoso,
cual un loco que lleva una naranja.