La apariencia y la actitud infantil es una de mis máscaras predilectas, talvez la única que uso hoy en día...mis eternas reacciones caprichosas en las cuales acepto mi disociación de campos, soy una mujer que está actuando como niña, si y qué? Lo más curioso es que en mis despliegues de travesura intermitentes existe una aceptación que a la vez está marcada por un fiel convencimiento de la realidad y validez de mis actos...que ese es mi lugar, que soy una infante indefensa...todo forma parte de la gran sátira, de la tragicomedia.
Dentro de la mirada y expresión infantil se deja ver un lado oscuro, un lado eternamente analítico encerrado en ese cuerpo camaleónico que muestra la fuerza o la debilidad dependiendo de el momento y el lugar, calculador.
Poca es la gente que realmente conoce mi realidad, al menos ciertas facetas de mi realidad, no los escogo...vienen a mi y tienen una percepción especial a la que no puedo negarme, esas personas saben exactamente donde ponerme el dedo para tocarme la yaga, y por eso a muchos de ellos los trato con respeto y hasta con algo de temor.
La eterna observadora, la despiadada, la canibal, la fría, la espectadora, está dentro, perfectamente escondida, protegida, por el caparazón de la niña inocente y de sonrisa pegajosa, aquella de los rizos curiosos. Se pueden distinguir en el fondo de una mirada disfrazada de tristeza y agonía de falta y necesitad, las cenizas de el ser humano que trata de levantarse del polvo ,de erguirse, de formarse de la nada, con los retazos de la gente, de las teorías, de las ideas aquellas que han sido seleccionadas como válidas y también de las seleccionadas como inválidas, de los movimientos, reacciones y miradas, muchas de ellas en las que se logra divisar la sombra de mis propias perversiones y enfermedades. Poder ver mi reflejo en los ojos de quien está frente a mi más claramente que en cualquier espejo, es lo que me confirma que no somos sino una gran masa, un todo, una milésima parte de un sistema superior, capaz de engullirnos.
No soy diferente a nadie, todos son igual de perversos, igual de histéricos, neuróticos, fóbicos y obsesivos, talvez en diferentes grados, talvez en diferentes direcciones, la diferencia solo está en saberlo aceptar y aprender a convivir con las demencias propias y colectivas. Yo dejé caer todas las máscaras, las dejé en alguna esquina, la única que aún me cuesta trabajo soltar es la de la niña....a esa le he agarrado más cariño supongo...