
A Alicia, a veces se le escapa la mirada y se va mezclando con todo el resto de cosas. Disfruta entonces de no tener rostro ni reflejo.
A veces la gente le parece un extraño circo de fantasmas danzarines y perversos. Risas, índices señaladores pero siempre la posibilidad de la resta.
A Alicia, a veces el espejo no la refleja, lo encuentra vacío o habitado por una anciana que parece sonreírle, siempre de lado.
Para ella ya no existe más que su voz y la expectativa de un "ring" que la despierte de su sueño profundo, de príncipes azules cuyos fantasmas la atormentan por las noches y no le permiten disfrutar de su propia compañía, y que agolpándose en su cabeza le cuentan todas las historias que no protagonizó. Todos los conejos, todos los hoyos, todas las palabras que la condujeron hacia el amado absurdo, a mirarse invertida ante el espejo.
Alicia no es de nadie, a veces, incluso escapa sin remedio de ella misma. No necesita de muchos amigos porque lleva consigo a muchos, porque siempre puede soñar con liebres y con marzos, aunque fueran lejanos...
Ya no tiene los mismos sueños, no es blanca ni es negra pero sabe que jamás será multicolor. Mira de reojo porque sabe que la muerte camina a su lado y siempre trabaja aunque no la sienta, paralela a ella.
Alicia es el mar y sus movimientos, sus susurros, su oleaje, el viento que abraza, su humor neurótico, su ritmo. Ya no pretende atesorar silencios porque las palabras le urgen siempre en la garganta o en los dedos, porque hay algo en ella que no obedece al reloj, que sigue reglas dalilianas.
De la forma en que me mira pareciera que sabe algo que no quiere decirme, puedo verlo en sus ojos cuando su mirada se pierde y veo danzar en un espacio que no es suyo ni es mío.
Me sonríe siempre del lado contrario del que yo, mientras la miro convertirse en una anciana, le sonrío también.