Debo decirte que no te soporto. Sostienes la mirada, pero no miras. Ese vicio tuyo me da mucho asco. Soñé que tu presencia, en toda su densidad, se erguía ante mi, en medio del frío y el terror fingía seguir durmiendo para no tener que oírte hablar como lo haces, así, como si nada. Hay días en que sucumbo ante el éxtasis perverso de mirarte deshecho, disfruto del placer de ser yo quien te desarma, la que separa una a una las piezas que te componen, lavar mis manos en el manantial escarlata de tu sangre. Escuchar tus súplicas y reír estruendosamente, tanto que te duela más aún que el mismo desmembramiento. Luego el resto de detalles pierden importancia, tu narcisismo se ahoga y yo renazco de entre las cenizas.
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