Mi padre no recuerda la historia, y yo la recuerdo poco. Pero me dejó la imagen de mi abuelo decidiendo su muerte, con una media sonrisa en el rostro, sentado con un libro a medio leer, mirando al vacío, pensando: ya fue suficiente. Suficiente, porque nunca es bastante.
Mi abuelo estaba enfermo pero de otra cosa, no como todo el mundo. Por eso al momento de morir, sonrió.
No hubo despedidas porque la vida toda no es más que un desfile alegórico de adioses. El abrazó la levedad porque la mierda es del mundo y lo que pesa es el traje. Entonces el sueño dejó de ser un simulacro y se volvió un encuentro.
Recibí de las manos mismas de mi abuelo la capacidad creadora, él me dejó su historia y con ella, un cuadro que pinto de a poco.
Mi vida es un rompecabezas de historias ajenas. Mi padre me heredó una historia de la que me siento parte. Le agradezco a él por mi abuelo, protagonista de tantas historias, el mismo que una tarde, decidió morir.
Labels: anecdotario de alguien a quien inventé, delirios de madrugadas